Para saber cómo realizar una limpieza que aniquile el mayor número posible de virus hay que saber cómo funciona nuestro enemigo y cuáles son nuestras armas en su contra: jabón de manos, detergentes de limpieza y desinfectantes.
Los virus están envueltos en grasa y con ella se pegan y se protegen, por lo tanto, el jabón de manos, (en el cuerpo) y los detergentes (en las superficies) ayudan a eliminar esa grasa y despegarlos. Privados de su protección de grasa por efecto del jabón o detergente, los virus se debilitan y se desprenden fácilmente de las superficies, pero es fundamental enjuagar (con agua o con cubo y fregona) para arrastrarlos y quitarlos. El desinfectante en cambio trabaja de una forma diferente: aniquila el virus pero este queda en la superficie, aunque ya sea inocuo. Finalmente, hay que subrayar la importancia de eliminar de las superficies cualquier resto de producto de limpieza o desinfección, aclarando bien con agua.
Para saber utilizar correctamente detergentes y desinfectantes, hay que saber que muchas veces en una superficie hay miles de virus y encima escondidos detrás de las suciedades, con lo cual, el desinfectante tendría dificultad para llegar a ellos e inactivarlos a todos. Por eso, el proceso correcto es:
1. Limpiar primero (con un buen producto de limpieza) arrastrando la suciedad
junto con los virus y quitándolos de la superficie.
2. Seguir el proceso de limpieza con una desinfección con lejía (u otro
desinfectante) que acabe de eliminar el virus que quede por la superficie y
que puede actuar directamente en contra del virus sin que este pueda
“esconderse” en la suciedad, que ha quedado eliminada en el paso anterior.
3. Enjuagar con agua y bayeta desinfectada, porque, si la bayeta tuviese virus, se
volverían a poner en la superficie. Con la misma solución desinfectante que se
use, se puede desinfectar la bayeta.